Una pareja tenía dos niños pequeños, de 8 y 10 años de edad, quienes eran extremadamente traviesos. Siempre estaban metiéndose en problemas y sus padres sabían que si alguna travesura ocurría en su pueblo sus hijos estaban seguramente involucrados.
La mamá de los niños escuchó que el sacerdote del pueblo había tenido mucho éxito disciplinando niños, así que le pidió que hablara con sus hijos. El sacerdote aceptó pero pidió verlos de forma separada, así que la mamá envió primero al niño más pequeño.
El sacerdote era un hombre enorme con una voz muy profunda, sentó al niño frente a él y le preguntó gravemente:
-¿Dónde está Dios?
El niño se quedó boquiabierto pero no respondió, sólo se quedó sentado con los ojos pelones.
Así que el sacerdote repitió la pregunta en un tono todavía más grave:
-¿Dónde está Dios?
De nuevo el niño no contestó.
Entonces el sacerdote subió de tono su voz, aún más, agitó su dedo frente a la cara del niño, y gritó:
- ¿Dónde está Dios?
El niño salió gritando del cuarto, corrió hasta su casa y se escondió en el closet, azotando la puerta.
Cuando su hermano lo encontró en el closet le preguntó:
-¿Qué pasó?
El hermano pequeño sin aliento le contestó:
-¡Ahora si que estamos en graves problemas hermano, han secuestrado a Dios y creen que nosotros lo tenemos!
jueves, 27 de diciembre de 2007
miércoles, 15 de agosto de 2007
Un ratón y Tarzan
¿Qué le dice Tarzán a un ratón?
-¡Tan pequeño y con bigote!
¿Y qué le dice el ratón a Tarzán?
-¡Tan grandote y con pañal!
-¡Tan pequeño y con bigote!
¿Y qué le dice el ratón a Tarzán?
-¡Tan grandote y con pañal!
Dame un hijo
General Douglas A. MacArthur.
"Dame un hijo, Señor, que sea lo bastante fuerte para saber cuando es débil, y lo bastante valiente para enfrentarse a sí mismo cuando tenga miedo; un hijo que sea orgulloso y altivo en la derrota honrada, y humilde y generoso en la victoria.
Dame un hijo que jamás se incline cuando deba estar erguido; un hijo que te conozca a Ti... y que se conozca a sí mismo, que es el fundamento del conocimiento.
Condúcelo, Señor, te lo ruego, no por el sendero fácil y cómodo, sino por donde le surjan dificultades y retos. Allí, déjalo aprender a mantenerse de pie en medio de la tormenta; allí, déjalo aprender a sentir compasión por los que caen.
Dame un hijo cuyo corazón sea claro, cuyas metas sean altas; un hijo que se domine a sí mismo antes de que trate de dominar a los demás; un hijo que aprenda a reír, pero que nunca se olvide de llorar; un hijo que se adelante hacia el futuro, pero jamás olvide el pasado.
Y después que tenga todas esas cosas, añádele, te lo ruego, suficiente sentido del humor para que pueda ser siempre serio, pero que no se tome a sí mismo demasiado en serio. Dale humildad, para que siempre recuerde la sencillez de la verdadera grandeza, la imparcialidad de la verdadera sabiduría, la mansedumbre de la verdadera fortaleza. Entonces, yo, su padre, me atreveré a murmurar: "No he vivido en vano".
"Dame un hijo, Señor, que sea lo bastante fuerte para saber cuando es débil, y lo bastante valiente para enfrentarse a sí mismo cuando tenga miedo; un hijo que sea orgulloso y altivo en la derrota honrada, y humilde y generoso en la victoria.
Dame un hijo que jamás se incline cuando deba estar erguido; un hijo que te conozca a Ti... y que se conozca a sí mismo, que es el fundamento del conocimiento.
Condúcelo, Señor, te lo ruego, no por el sendero fácil y cómodo, sino por donde le surjan dificultades y retos. Allí, déjalo aprender a mantenerse de pie en medio de la tormenta; allí, déjalo aprender a sentir compasión por los que caen.
Dame un hijo cuyo corazón sea claro, cuyas metas sean altas; un hijo que se domine a sí mismo antes de que trate de dominar a los demás; un hijo que aprenda a reír, pero que nunca se olvide de llorar; un hijo que se adelante hacia el futuro, pero jamás olvide el pasado.
Y después que tenga todas esas cosas, añádele, te lo ruego, suficiente sentido del humor para que pueda ser siempre serio, pero que no se tome a sí mismo demasiado en serio. Dale humildad, para que siempre recuerde la sencillez de la verdadera grandeza, la imparcialidad de la verdadera sabiduría, la mansedumbre de la verdadera fortaleza. Entonces, yo, su padre, me atreveré a murmurar: "No he vivido en vano".
lunes, 6 de agosto de 2007
El cuidador del manantial
Charles Swindoll.
Al difunto Peter Marshall, elocuente orador y durante muchos años el capellán del Senado de Estados Un¡dos, le encantaba contar el cuento de "El cuidador del manantial", un tranquilo habitante de la foresta que vivía en las alturas de una aldea austríaca situada en la ladera oriental de los Alpes. El viejo caballero había sido contratado muchos años antes por un joven concejo municipal para limpiar los desechos que cayeran en las pozas que el agua formaba en las grietas de la montaña, que alimentaban la hermosa corriente de agua que fluía a través del pueblo. Con fiel y silenciosa regularidad, patrullaba las colinas, sacaba las hojas y ramas, y quitaba el sedimento de lodo que de otra forma hubiera atascado y contaminado la fresca corriente de agua. Poco a poco el pueblo se volvió una atracción popular para vacacionistas. Elegantes cisnes flotaban a lo largo del cristalino manantial, las ruedas de los molinos de varios negocios establecidos cerca del agua daban vueltas día y noche, las tierras de labranzas se irrigaban naturalmente, y la vista de los restaurantes era más pintoresca de lo que pudiera describirse.
Pasaron los años. Una tarde el concejo del pueblo se reunió para su asamblea semi-anual. Mientras revisaban el presupuesto, uno de ellos se fijó en la cifra del salario que se le pagaba al oscuro cuidador del manantial. El que cuidaba la bolsa preguntó: -¿Quién es este viejo? ¿por qué lo retenemos año tras año? Nadie nunca lo ve. Hasta donde sabemos, este extraño guardia de las colinas no nos rinde ningún beneficio. ¡Ya no se le necesita!
Por voto unánime, prescindieron de los servicios del viejo.
Durante muchas semanas nada cambió. Para principios del otoño, los árboles empezaron a dejar caer sus hojas. Pequeñas ramitas se quebraron y cayeron dentro de las pozas, obstaculizando el fluir del agua. Un mediodía alguien notó un ligero color amarillo oscuro en el manantial. Un par de días más tarde el agua estaba mucho más oscura. En menos de una semana, las orillas del río estaban cubiertas de una película pegajosa y pronto se sentía un olor nauseabundo. Las ruedas de los molinos se movían más lentas, hasta que algunas se detuvieron. Los cisnes se fueron, al igual que los turistas. Las garras de la enfermedad y la epidemia se clavaron hondo en la aldea.
A toda prisa, el turbado concejo convocó a una reunión especial. Dándose cuenta de su craso error de juicio, contrataron de nuevo al viejo cuidador del manantial... y en pocas semanas un verdadero río de vida comenzó a despejarse. La ruedas empezaron a dar vueltas, y una nueva vida regresó de nuevo a la aldehuela de los Alpes.
Aunque sea una fantasía, el cuento es más que un relato vano. Proporciona una analogía vívida e importante relacionada directamente a los tiempos en que vivimos. Lo que el cuidador del manantial significaba para la aldea, significan los siervos cristianos para nuestro mundo. El sabor y el poder de preservar de un puñado de sal, mezclado con el esperanzador rayo de luz que ilumina puede parecer débil e inútil... Pero ¡Dios salve a cualquier sociedad que intente existir sin ellos! Como ves, la aldea sin el cuidador del manantial es una perfecta representación del sistema mundial sin la sal y la luz.
Al difunto Peter Marshall, elocuente orador y durante muchos años el capellán del Senado de Estados Un¡dos, le encantaba contar el cuento de "El cuidador del manantial", un tranquilo habitante de la foresta que vivía en las alturas de una aldea austríaca situada en la ladera oriental de los Alpes. El viejo caballero había sido contratado muchos años antes por un joven concejo municipal para limpiar los desechos que cayeran en las pozas que el agua formaba en las grietas de la montaña, que alimentaban la hermosa corriente de agua que fluía a través del pueblo. Con fiel y silenciosa regularidad, patrullaba las colinas, sacaba las hojas y ramas, y quitaba el sedimento de lodo que de otra forma hubiera atascado y contaminado la fresca corriente de agua. Poco a poco el pueblo se volvió una atracción popular para vacacionistas. Elegantes cisnes flotaban a lo largo del cristalino manantial, las ruedas de los molinos de varios negocios establecidos cerca del agua daban vueltas día y noche, las tierras de labranzas se irrigaban naturalmente, y la vista de los restaurantes era más pintoresca de lo que pudiera describirse.
Pasaron los años. Una tarde el concejo del pueblo se reunió para su asamblea semi-anual. Mientras revisaban el presupuesto, uno de ellos se fijó en la cifra del salario que se le pagaba al oscuro cuidador del manantial. El que cuidaba la bolsa preguntó: -¿Quién es este viejo? ¿por qué lo retenemos año tras año? Nadie nunca lo ve. Hasta donde sabemos, este extraño guardia de las colinas no nos rinde ningún beneficio. ¡Ya no se le necesita!
Por voto unánime, prescindieron de los servicios del viejo.
Durante muchas semanas nada cambió. Para principios del otoño, los árboles empezaron a dejar caer sus hojas. Pequeñas ramitas se quebraron y cayeron dentro de las pozas, obstaculizando el fluir del agua. Un mediodía alguien notó un ligero color amarillo oscuro en el manantial. Un par de días más tarde el agua estaba mucho más oscura. En menos de una semana, las orillas del río estaban cubiertas de una película pegajosa y pronto se sentía un olor nauseabundo. Las ruedas de los molinos se movían más lentas, hasta que algunas se detuvieron. Los cisnes se fueron, al igual que los turistas. Las garras de la enfermedad y la epidemia se clavaron hondo en la aldea.
A toda prisa, el turbado concejo convocó a una reunión especial. Dándose cuenta de su craso error de juicio, contrataron de nuevo al viejo cuidador del manantial... y en pocas semanas un verdadero río de vida comenzó a despejarse. La ruedas empezaron a dar vueltas, y una nueva vida regresó de nuevo a la aldehuela de los Alpes.
Aunque sea una fantasía, el cuento es más que un relato vano. Proporciona una analogía vívida e importante relacionada directamente a los tiempos en que vivimos. Lo que el cuidador del manantial significaba para la aldea, significan los siervos cristianos para nuestro mundo. El sabor y el poder de preservar de un puñado de sal, mezclado con el esperanzador rayo de luz que ilumina puede parecer débil e inútil... Pero ¡Dios salve a cualquier sociedad que intente existir sin ellos! Como ves, la aldea sin el cuidador del manantial es una perfecta representación del sistema mundial sin la sal y la luz.
¡No darse por vencido!
Adaptado de una transmisión radial de "Enfoque a la Familia" por Alice Gray.
"Un día un joven caminaba a lo largo de un camino solitario cuando escuchó algo que parecía un lloro. No podía decir con seguridad qué era el sonido, pero parecía salir desde debajo de un puente. Mientras se acercaba al puente, el sonido se hizo más fuerte y entonces vio una escena patética. Allí, yaciendo en el lecho fangoso del río, había un cachorro de aproximadamente dos meses. Tenía una cuchillada en la cabeza y estaba cubierto de fango. Sus patas delanteras estaban hinchadas donde se las habían amarrado apretadamente con sogas.
El joven se sintió de inmediato movido a compasión y quiso ayudar al perrito, pero cuando se acercó, el lloro paró y el cachorro enseñó los dientes y gruñó. Pero el joven no se dio por vencido. Se sentó y empezó a hablarle con dulzura al perrito. Le tomó largo rato, pero al final el animal dejó de gruñir y el joven pudo acercarse poco a poco hasta tocarlo y comenzar a desamarrar la soga apretada. El joven se llevó el perro a su casa, le cuidó las heridas, le dio comida, agua y un lecho tibio. Incluso con todo eso, el cachorro seguía enseñando los dientes y gruñendo cada vez que el joven se acercaba. Pero el joven no se dio por vencido.
Las semanas pasaron y el joven siguió cuidando del cachorro. Entonces un día, cuando el joven se acercó, el perro le movió la cola. El amor y la bondad persistentes habían ganado y empezaba una amistad de lealtad y confianza para toda una vida."
Dice el Libro de Dios: "Y no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos." (Gálatas 6:9 B. d. l. A.).
"Un día un joven caminaba a lo largo de un camino solitario cuando escuchó algo que parecía un lloro. No podía decir con seguridad qué era el sonido, pero parecía salir desde debajo de un puente. Mientras se acercaba al puente, el sonido se hizo más fuerte y entonces vio una escena patética. Allí, yaciendo en el lecho fangoso del río, había un cachorro de aproximadamente dos meses. Tenía una cuchillada en la cabeza y estaba cubierto de fango. Sus patas delanteras estaban hinchadas donde se las habían amarrado apretadamente con sogas.
El joven se sintió de inmediato movido a compasión y quiso ayudar al perrito, pero cuando se acercó, el lloro paró y el cachorro enseñó los dientes y gruñó. Pero el joven no se dio por vencido. Se sentó y empezó a hablarle con dulzura al perrito. Le tomó largo rato, pero al final el animal dejó de gruñir y el joven pudo acercarse poco a poco hasta tocarlo y comenzar a desamarrar la soga apretada. El joven se llevó el perro a su casa, le cuidó las heridas, le dio comida, agua y un lecho tibio. Incluso con todo eso, el cachorro seguía enseñando los dientes y gruñendo cada vez que el joven se acercaba. Pero el joven no se dio por vencido.
Las semanas pasaron y el joven siguió cuidando del cachorro. Entonces un día, cuando el joven se acercó, el perro le movió la cola. El amor y la bondad persistentes habían ganado y empezaba una amistad de lealtad y confianza para toda una vida."
Dice el Libro de Dios: "Y no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos." (Gálatas 6:9 B. d. l. A.).
Suscribirse a:
Entradas (Atom)